La desinformación refleja a menudo la corriente predominante de noticias. Por lo tanto, no es de extrañar que la desinformación de esta semana presente mayoritariamente acontecimientos ocurridos en los Estados Unidos (EE. UU.). Entre los objetivos más frecuentes encontramos: la política de Joe Biden hacia Rusia, la COVID-19 y los supuestos planes de las altas esferas de poder estadounidenses para sacar partido de la pandemia y amañar las elecciones presidenciales de los EE. UU.
Por favor, abróchense sus cinturones porque comenzamos.
Una de estas narrativas afirma que Joe Biden, una vez investido presidente, continuará con la demonización de Rusia y que incluso prometió que trabajará con ahínco contra Rusia. Es más, el presidente electo quiere establecer un cordón sanitario en torno a Rusia con la ayuda de Maia Sandu, su nueva aliada y presidenta electa de Moldavia. Estas narrativas encajan con las afirmaciones de las últimas semanas en las que se alegaba que Biden usará a Polonia para desestabilizar a los países del antiguo bloque soviético, que el secretario general de la OTAN alienta a Joe Biden a enfrentarse con Rusia y que los EE. UU. buscan desestabilizar a Rusia y China y provocar una guerra entre ambos países. Diferentes narrativas, pero una idea psicológica en común: Rusia es presentada como una víctima de las agresiones de los EE. UU.
Otra forma de vincular falazmente las elecciones presidenciales estadounidenses con Rusia es comparar a los partidarios de Trump, supuestamente humillados y denigrados, con las minorías rusas en los países postsoviéticos. Pero, ¿por qué no, si esto es coherente con la narrativa pro-Kremlin sobre el fraude en las elecciones presidenciales estadounidenses, las revoluciones de colores espoleadas por Occidente, la rusofobia y el control por las élites de los medios de comunicación dominantes estadounidenses?
Lo que aún es más llamativo es que, según la desinformación pro-Kremlin, los EE. UU. están al borde de una dictadura. Para respaldarlo, vean a continuación varios ejemplos «incontestables»:
El ejército estadounidense llevó a cabo una campaña paralela para provocar un cambio de poder; la empresas dueñas de las redes sociales están controladas por el gobierno estadounidense o por el «estado profundo» de los EE. UU., que emplea dichas redes sociales para organizar revoluciones de colores y protestas por todo el mundo, incluso en los EE. UU.
Otros casos combinan los esfuerzos para deslegitimar las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020 con la narrativa que aduce que la pandemia de COVID-19 es un montaje concebido por las élites para conseguir sus objetivos ocultos. Por ejemplo, si los demócratas logran «apropiarse» de las elecciones presidenciales estadounidenses, emplearán la COVID-19 para establecer una dictadura totalitaria. Muy parecida es una afirmación que sostiene que los demócratas emplearon la COVID-19 para manipular el proceso de votación.
En el poema El sueño (1962), escrito por Serguéi Mijalkov (autor de la letra del himno nacional de la URSS y Rusia), un niño pequeño sueña que aparece de repente en un barco con destino a los EE. UU. Sin embargo, el niño se despierta en el último momento y suspira aliviado: «¡Menos mal que no vivo de verdad en los Estados Unidos!» ¿No son estas nuevas narrativas una continuación de la vieja tradición soviética antiestadounidense?
Repetición diversa
Esta semana trajo de vuelta algunas narrativas de desinformación ya consabidas.
De nuevo, encontramos desinformación sobre el vuelo MH17. En este sentido, vimos una narrativa que afirmaba que el MI6 organizó el accidente. Y que, además, el misil Buk que abatió al vuelo MH17 era ucraniano y fue disparado desde territorio controlado por Ucrania. Ambas noticias son parte de las narrativas de desinformación recurrentes sobre el derribo del vuelo MH17 que niegan cualquier responsabilidad de Rusia. Desde 2014, la investigación penal de este suceso se lleva a cabo en los Países Bajos por un equipo conjunto de investigación.
También recurrente es la noticia de que Navalny pudo haber sido envenenado en Alemania. Esta afirmación carece de cualquier prueba que la respalde, algo que contrasta en la práctica con el hecho de que su envenenamiento ha sido corroborado independientemente tanto por laboratorios de Francia y Suecia como por la OPAQ.
Sin embargo, de una manera más creativa, una nueva narrativa vincula a la Universidad de Columbia y el movimiento opositor liderado por Navalny con un programa de revoluciones de colores en Europa del Este y los países de la antigua URSS. ¿Quién está detrás de dicho programa? Sorpresa, sorpresa: los servicios de inteligencia estadounidenses.
Al final, todo cuadra: todos vivimos en los EE. UU., y no, no es tan maravilloso.